miércoles, 16 de enero de 2008

El Pecado Condenado en la Carne

El Pecado Condenado en la Carne

Elena de White

Dios enviando a su Hijo en semejanza de carne de pecado, y a causa del pecado, condenó al pecado en la carne» [Rom. 8.3].

Satanás declaró que era imposible para los hijos e hijas de Adán guardar la ley de Dios, acusándolo así de falta de sabiduría y amor. Si no podían guardar la ley, entonces el defecto estaba en el dador de la ley. Los hombres que están bajo el control de Satanás repiten esas acusaciones contra Dios, al aseverar que los hombres no pueden guardar la ley de Dios. Jesús se humilló a sí mismo, revistiendo su divinidad con la humanidad, a fin de poder levantarse como la cabeza y representante de la familia humana, y tanto por precepto como por ejemplo condenar al pecado en la carne, y desmentir las acusaciones de Satanás. Él fue sometido a las tentaciones más fuertes que la naturaleza humana puede conocer, sin embargo no pecó; porque el pecado es transgresión de la ley. Por la fe él se aferró a la divinidad, como la humanidad puede aferrarse del poder infinito a través de él. A pesar de ser tentado en todos los puntos como los hombres son tentados, no pecó. No rindió su fidelidad a Dios como lo hizo Adán.

Los Fariseos acusaron a Cristo de transgredir el sábado por haber sanado a un hombre el día de reposo, pero sus palabras hicieron evidente que no había violado el mandamiento de Dios. Él declaró que eran ignorantes tanto de las Escrituras como del poder de Dios, y les recordó que si hubiesen comprendido lo que esto significaba, “misericordia quiero y no sacrificio” [Mat. 12:7], no hubiesen condenado al inocente. Él llevó sus mentes atrás a la ley y al testimonio, a las palabras que él mismo había hablado cuando estaba rodeado de la columna de nube, y les reveló los principios de la ley de Dios. Les mostró que aliviar el sufrimiento ya sea de hombre o bestia en el día del sábado estaba en armonía con el mandamiento de Dios. Les dijo: “¿Qué hombre habrá de vosotros, que tenga una oveja, y si cayere ésta en una fosa en sábado, no le eche mano, y la levante? Pues ¿cuánto más vale un hombre que una oveja? Así que, lícito es en los sábados hacer bien” [Mat. 12:11,12]. Les señaló la acción de David, cómo cuando estaba hambriento, y aquellos que iban con él, “entró en la casa de Dios, y comió los panes de la proposición, que no le era lícito comer, ni a los que estaban con él, sino a solos los sacerdotes?” [Mat. 12:4]. Era su propia ignorancia de la verdadera importancia de la ley de Dios la que los animó a imputar sobre Cristo el pecado de transgredir el sábado. Si hubiesen podido encontrar un acto que violara cualquier mandamiento del decálogo, no hubiesen perdido tiempo en condenar a Cristo. Pero debido a que no pudieron hallar falta en él tuvieron que contratar hombres que dieran falso testimonio contra él. En su ansiedad y determinación de matarlo, ellos tuvieron que perjurar sus almas.

Cristo tomó sobre sí la naturaleza humana, y se sujetó a cumplir toda la ley en beneficio de aquellos a quienes representaba. Si hubiese fracasado en una jota o un tilde, habría sido un transgresor de la ley, y habríamos tenido en él una ofrenda pecaminosa, sin valor. Pero él cumplió cada término de la ley, y condenó el pecado en la carne; sin embargo muchos pastores repiten las falsedades de los escribas, sacerdotes y fariseos, y siguen su ejemplo al apartar de la verdad a la gente.

Dios se manifestó en carne para condenar el pecado en la carne, manifestando obediencia perfecta a toda la ley de Dios. Cristo no pecó, ni fue hallado engaño en su boca. No corrompió la naturaleza humana y, aunque en la carne, no transgredió la ley de Dios en ningún particular. Más que esto, eliminó toda excusa que pudiesen esgrimir los hombres caídos para no guardar la ley de Dios. Cristo fue rodeado con las debilidades de la humanidad, fue asediado con las tentaciones más fuertes, tentado en todos los puntos como los hombres, sin embargo desarrolló un carácter perfectamente recto. Ninguna mancha de pecado fue hallada en él.

A través de la victoria de Cristo las mismas ventajas que él tuvo se le proveen al hombre, porque él puede ser participante de un poder externo y superior a sí mismo, incluso un participante de la naturaleza divina, por la cual él puede vencer la corrupción que hay en el mundo a través de la concupiscencia. En la naturaleza humana Cristo desarrolló un carácter perfecto. “Porque ciertamente no tomó sobre sí la naturaleza de los ángeles, sino a la simiente de Abraham tomó. Por lo cual, debía ser en todo semejante a los hermanos, para venir a ser misericordioso y fiel Pontífice en lo que es para con Dios, para expiar los pecados del pueblo. Porque en cuanto él mismo padeció siendo tentado, es poderoso para socorrer a los que son tentados” [Heb. 2:16-19]. “El cual en los días de su carne, ofreciendo ruegos y súplicas con gran clamor y lágrimas al que le podía librar de la muerte, fue oído por su reverencial miedo. Y aunque era Hijo, por lo que padeció aprendió la obediencia; y consumado, vino a ser causa de eterna salud a todos los que le obedecen” [Heb. 5:7-9].

La humanidad de Cristo es llamada “lo Santo” [Luc. 1:35]. El registro inspirado dice de Cristo, “Él no hizo pecado”[1 Ped. 2:22], él “no conoció pecado” [2 Cor. 5:21], y “no hay pecado en él” [1 Juan 3:5]. Él era “santo, inocente, limpio, apartado de los pecadores” [Heb. 7:26]. Él habitó entre los hombres. Este testimonio en relación con Cristo muestra llanamente que condenó el pecado en la carne. Nadie puede decir que está sujeto sin esperanza a la servidumbre del pecado y Satán. Cristo asumió la responsabilidad de la raza humana. Y los pecados de todos aquellos que creen en él le son imputados. Él se ha comprometido a ser responsable por ellos. Obedeció cada jota y tilde de la ley, para testificar ante los mundos no caídos, ante ángeles santos, ante el mundo caído, que aquellos que creen en él, que lo aceptan como su ofrenda por el pecado, quienes confían en él como su Salvador personal, van a ser favorecidos por su justicia, y serán participantes de su naturaleza divina. Él testifica que a través de su justicia imputada el alma creyente obedecerá los mandamientos de Dios.

Juan señaló a Cristo, diciendo, “He aquí el Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo” [Juan 1:29]. El Hijo del Dios infinito no libra al hombre de su obligación de guardar todos los mandamientos de Dios. Sino que con Cristo formado en el interior, el apóstol declara, “Y en él estáis cumplidos, el cual es la cabeza de todo principado y potestad” [Col. 2:10]. Todas nuestras transgresiones son transferidas a Cristo. Aunque él no conoció pecado fue hecho pecado por nosotros, y el inocente es contado como pecador, la justicia de Cristo es colocada sobre el indigno, para que el pecador arrepentido sea declarado inocente ante Dios. Pero si un hombre se ciega a la luz, y endurece su conciencia, y no se reconoce a sí mismo como un pecador perdido e incompleto, y en necesidad de un Salvador, su pecado permanecerá. Él no cree en el Hijo unigénito del Dios infinito. Como Caín rehúsa ofrecer a Dios la sangre del Hijo de Dios. Rehúsa reconocer que “de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna” [Juan 3:16].

Es muy importante que comprendamos el arte de creer, que individualmente aceptemos la provisión que ha sido hecha a fin de que podamos tener vida eterna. La compasión divina fue motivada por la ruina del hombre, y Dios envió a Cristo al mundo para que su propio brazo pudiera traer salvación a la raza humana, que se encontraba en peligro, impotente y atada en cautividad al carro de Satanás. Dios vio al hombre perdido y arruinado, y sin ninguna posibilidad de recuperarse. Las facultades y poderes que le fueron dadas estaban pervertidas con respecto al plan original, y degradados en el servicio del yo, Satanás y el pecado. Él vio a los hombres apartando las realidades eternas de su consideración, y, viendo la ruina a la cual se precipitaban, la compasión divina fue movida a favor de un mundo caído, y se hace provisión de los recursos ilimitados del amor divino para su restauración. Se ha hecho provisión para que aquellos que reconozcan su apostasía puedan regresar a la fidelidad. Aquellos que se conviertan encontrarán el corazón del Padre abierto para recibirlos, lleno de anhelante ternura y compasión hacia ellos. Los agentes humanos son demasiado preciosos para Dios para ser abandonados sin hacer todo esfuerzo posible de su parte para su recuperación. En la recuperación de cada alma, Dios verá un gozo peculiar. “Así habrá más gozo en el cielo de un pecador que se arrepiente, que de noventa y nueve justos, que no necesitan arrepentimiento” [Luc. 15:7].

Evidencias de Fe

Fue para restaurar la ley que Cristo exhibió integridad santa en medio de la corrupción universal, y manifestó una resuelta adhesión a lo recto cuando la verdad, la equidad y la justicia eran objeto del desprecio y escarnio popular. Él cumplió la ley de Dios, dando así el más completo reconocimiento del supremo derecho de Dios de gobernar y ser obedecido incluso en un mundo hundido en la incredulidad y que anulaba su ley. En la medida en que era probado más severamente, más fielmente se adhería a la verdad de Dios. Ésta debe ser nuestra experiencia también, y si somos partícipes de los sufrimientos de Cristo, más seguramente seremos partícipes de su gloria. A medida que la incredulidad y la corrupción del mundo se haga más decidida, más clara y visiblemente debe iluminar la integridad y lealtad de los seguidores de Cristo. Mientras la apostasía general prevalezca más, los hijos de Dios deben levantarse en defensa de las leyes del gobierno de Dios más firmemente. Cristo es nuestro ejemplo. Cuando la maldad aumentaba como un torrente a su alrededor, él se mantenía como una roca. Él fue un testigo de Dios verdadero, fiel, autoritativo, inflexible. ¡Qué carácter era el de Cristo! Al contemplarlo, seremos transformados en su imagen, de carácter en carácter. Si en verdad hemos de ser testigos por Cristo, debemos contemplarlo, trabajar como él trabajó, orar como él oró. Debemos librar la batalla de la fe, vestidos con la armadura de la justicia de Cristo. Cristo declaró que él nada hizo por sí mismo, sino sólo lo que vio a su Padre hacer.

Ministros de Dios, estudiad las lecciones de la vida de Cristo. Judas describe a los cristianos como aquellos que son “llamados, santificados en Dios Padre, y conservados en Jesucristo”. A los tales él da este saludo: “Misericordia, y paz, y amor os sean multiplicados. Amados, por la gran solicitud que tenía de escribiros de la común salud, me ha sido necesario escribiros amonestándoos que contendáis eficazmente por la fe que ha sido una vez dada a los santos” [Jud. 1:1-3].

Este artículo fue publicado originalmente en la Signs of the Times del 16 de enero de 1896 bajo el título "Son condemned in the Flesh". Fue publicado también en la Revista Nomianista Vol 1 N° 1, enero del 2003. La revista Nomianista y Heraldo de la Fe de Jesús es una publicación de la Unión Nomianista de la Fe de Jesús.

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